“No sé” es la respuesta que
escuchas muchas veces cuando le preguntas a una persona ¿Qué sientes en esos
momentos?
Muchas veces nos cuesta encontrar
las palabras que definan con exactitud lo que sentimos y otras veces lo que nos
sucede es que no somos capaces de identificar con claridad nuestras emociones.
¿Tiene importancia poner una
etiqueta (o varias) a mis emociones? Aunque no lo creamos es bastante
relevante.
Ser capaz de identificar mis
emociones e ir más allá de lo básico, me siento bien o mal, me siento cómoda o
incómoda e ir añadiendo matices nos permite comprender en toda su extensión qué
proceso personal estamos pasando.
¿Es lo mismo sentir tristeza que
melancolía, que desánimo, que soledad, que inseguridad?
¿Es lo mismo sentir miedo, que
desasosiego, que preocupación, que ansiedad, que alarma?
¿Es lo mismo sentir enfado, que
rencor, que indignación, que irritación, que venganza?
¿Es lo mismo sentir cariño, que
compasión, que afecto, que atracción, que ternura, que pasión?
¿Es lo mismo sentir
agradecimiento, que orgullo, que esperanza, que alivio, que estímulo, que
alegría, que euforia, que felicidad?
Las emociones tienen un para qué, son mensajes, señales que nos sirven
para conocernos, para saber nuestro estado interior, para evaluar si las cosas
van bien o no, para decidir qué hacer.
Te propongo un ejercicio para que
hagas durante una semana, dedica un tiempo cada día (elije tú el momento) y
escribe qué sientes o cómo te sientes. Busca las palabras que mejor definan tu
estado, no te censures (sólo tú lo vas a leer) y después escribe qué
información te está dando estas emociones acerca de ti, de tus relaciones, de
tus metas u objetivos.
Dedicar un rato cada día a
escucharte, a escuchar a tus emociones y sus mensajes es dedicarte a desarrollar tu
inteligencia emocional. ¿te animas?
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