Adquirimos o modificamos habilidades, conocimientos, destrezas, o incluso valores a lo largo de nuestra vida por diferentes vías: a través del estudio, de la reflexión, la práctica o la observación.
¿Y el aprendizaje derivado de la observación de uno/a mismo/a)? ¿Con qué frecuencia aprendemos de esta experiencia?
Quizás sería positivo decir que con mucha frecuencia, que todos los días o que en cada momento. Es probable, sin embargo, que seamos más conscientes de lo que aprendemos a través de fuentes externas que de la autoobservación.
¿Valoramos más las fuentes externas? ¿No somos conscientes de los procesos de autoaprendizaje? ¿Practicamos la observación sin juicio y con un fin positivo del mundo que nos rodea y no de nosotros/as mismos/as?
Podríamos decir que un proceso de coaching es una oportunidad para aprender a mirarme de otra manera, para aprender a indagar desde otro punto de vista, para aprender de mi. No solo quién soy sino, y sobre todo, de mis procesos internos: qué y cómo percibo, qué siento y qué pienso.
Un proceso de coaching empodera a la persona que aprende a mirarse sin juicios de valor y con la curiosidad de descubrirse más allá del mero comportamiento. Un proceso de coaching genera cambios en nuestros hábitos casi sin darnos cuenta y siendo conscientes de nuestras conductas y sus para qués. Un proceso de coaching es un gran espejo en el que nos reflejamos y aprendemos a mirarnos con respeto y aceptación.
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