25 de agosto de 2014

Renacer desde la insatisfacción

Releía el otro día a Viktor E. Frankl que escribía en su magistral libro “El hombreen busca de sentido”: “La salud se basa en un cierto grado de tensión, la tensión existente entre lo que se ha logrado y lo que todavía no se ha conseguido: o el vacío entre lo que se es y lo que se debería ser. Esta tensión es inherente al ser humano y por consiguiente es indispensable para el bienestar mental. Lo que el hombre necesita realmente no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta que realmente merezca la pena

¿Se puede explicar mejor? Si esa tensión (o quizá la palabra insatisfacción también se pueda aplicar en estos momentos) es inherente a lo que somos y por tanto es fundamental para nuestro bienestar, ¿Por qué nos resulta tan frustrante, angustioso o incómodo sentirnos así?

He pensado mucho en ello estos días y creo que una de las claves es no considerar esa tensión o insatisfacción como algo natural, querer escapar de esa sensación, no aceptarla como una fuente de información sobre lo que soy y lo que quiero. Cuando empiezo a sentirme así, me evado, busco actividades que me ayuden a olvidarme de esa sensación desagradable, busco en mi entorno refuerzo que me asegure que no debería sentir insatisfecha pues en realidad “tengo todo lo que necesito”, me alimento de lo que hasta ahora me ha servido sin darme cuenta que ahora necesito otros nutrientes.

Otra de las claves tiene que ver con “esforzarse y luchar por una meta que realmente merezca la pena” y ahí nos encontramos con algo profundamente complejo. ¿Una meta que merezca la pena? Una meta (mía) que me merezca la pena a mí (y quizá no a las personas que me rodean, o quizá no para la sociedad en la que quiero ser bien recibida)

¿Me conozco lo suficiente para afirmar qué meta merece la pena para mí? ¿Me estoy esforzando o luchando por mis metas o por lo que se supone son las metas que debería tener?

Hay partes o aspectos de nosotros/as que no dejamos salir, pueden ser nuestros deseos, nuestras ilusiones o parte de nuestras necesidades, esas que son solo nuestras, que nos hacen ser seres únicos. Esa individualidad que a veces choca con lo que se espera de nosotros/as o con lo que creemos que se espera de nosotros/as.

Esa individualidad que a veces nos resulta difícil mostrar por miedo a no ser aceptados, por miedo a no encajar en un entorno que en realidad necesitamos como seres sociales que somos. Esa individualidad que cuando quiere asomar no lo permitimos y que por eso muchas veces ni nosotros/as mismos/as conocemos.

Sentimos esa tensión de la que hablaba Viktor Frankl, pero no somos capaces de hacer nada con ella porque nos resulta profundamente incómoda. Muchas veces sabemos que ya no queremos estar donde estamos, pero desconocemos donde nos gustaría aterrizar. Sabemos que el traje que llevamos nos resulta incómodo, pero no encontramos fácilmente la talla que nos sienta como un guante.

Un proceso de coaching nace siempre de esa tensión, de esa incomodidad, de esa insatisfacción. Ya no quiero estar aquí. Un proceso de coaching te ayudará a conectar con esa meta que te merezca la pena y te acompañará en el proceso, en el espacio y en el tiempo que va desde el presente hasta el futuro que necesitas y deseas.

Sabiendo como sabemos que esa tensión se producirá una y otra vez a lo largo de nuestras vidas, ¿Por qué no utilizarla para crecer, para transformarnos en algo más cercano a lo que deseamos en estos momentos?


No hay comentarios:

Publicar un comentario